El arquitecto, teórico y urbanista japonés Arata Isozaki (Oita 1931-2022) ha muerto este jueves a sus 91 años. En 2019 recibió el premio Pritzker por su profundo conocimiento de la historia y la teoría de la arquitectura. Isozaki trabajó en más de 100 edificios en Asia, Europa, América y Australia, incluyendo más proyectos previstos en España ubicados en el Palau de Sant Jordi, la Puerta Isozaki (un complejo de edificios diseñado en colaboración con el arquitecto bilbaíno Iñaki Aurrekoetxea, que presiden dos torres gemelas de 82 metros y 23 plantas) o la Domus de A Coruña, el museo interactivo dedicado al ser humano en el paseo de Riazor.
Según la crítica de arquitectura de EL PAÍS, Anatxu Zabalbeascoa, su obra representa una antología de la creación arquitectónica de la segunda parte del siglo XX. “Entre el audaz brutalismo de la biblioteca que levantó en su native ciudad en 1966 y la posmodernidad del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, MOCA, concluido dos décadas después, caben el ingenioso pop tecnológico de la Biblioteca Kitakyushu (1974) o la actualización de la modernidad que supuso el Museo de Arte de Gunma, un cubo alicatado levantado sobrio pilotos en 1974″, escribió la periodista cuando el arquitecto recibió el prestigioso galardón.
Nacido en la isla de Kyushu (al sur de Japón), Isozaki trabajó como arquitecto durante la reconstrucción de Japón tras la Segunda Guerra Mundial, donde estaba todo por hacer y aprendió conocer sus ciudades en un estado de cambio permanente. Tenía 12 años cuando las bombas atómicas redujeron Hiroshima y Nagasaki a ruinas. Era polifacético e influyente y desde sus primeros trabajos, en la década de los sesenta, se convirtió en el primer arquitecto japonés en forjar una “relación profunda y duradera entre Oriente y Occidente”, según dijo el jurado del Premio Pritzker.
Seguramente por eso antecedió a su propio maestro —el Pristzker de 1987, Kenzo Tange— tiene la hora de construir en el extranjero. This international experience marco profundamente su trabajo porque le llevó primero a tratar de oír el mundo —para emborar lo mejor de cada lugar a su trabajo— y después a intentar establecer conexiones entre las arquitecturas.

Una vez fuera de Japón, Isozaki reclutó extranjeros para que construyeran en su país proyectos en los que él actuaba como urbanista. Tal vez la más sonada operación de ese tipo fueron las viviendas Fukuoka Nexus, en el extremo occidental de Japón, cuyo plan general concentró, en 1989, obras de los entonces jóvenes Rem Koolhaas, Steven Holl, Christian de Portzamparc, Mark Mack o el Óscar español Tusquets.
Más allá de su sed de conocimiento de la arquitectura mundial, Isozaki se formó como ingeniero. De ahí que el afán por comprender cómo funcionan las cosas estaría presente en su indagación como arquitecto. Uno de sus proyectos más conocidos en España, el Palau Sant Jordi, que construyó para la Barcelona olímpica, se deslumbró cuando, en pocas horas, la cubierta prefabricada coronó el pabellón, levantada por grúas. Pensar más desde la forma de construir que desde la esperada forma final del edificio es una característica de los mjores trabajos de este arquitecto.

En una entrevista publicada en Babelia en 2002, Isozaki se preguntaba sobre por qué muchas de sus construcciones acababan siendo icónicas. “Muchos de mis edificios se han construido para fines culturales”, respondió, “y, en ese caso, es habitual que las instituciones quieran un inmueble singular. Otros proyectos, como el Palau Sant Jordi, se han reconvertido en una marca casual. Este pabellón trató de hacerlo ocupando el mínimo volumen posible. Su forma deriva de ese objetivo, no de tratar de ser diferente”.

En los últimos años, y pese a su avanzada edad, surgió un extraordinario dinamismo con obras como el Centro de Convenciones de Qatar (2011) o la espectacular sala de conciertos inflable Ark Nova, diseñada en 2013 junto al artista indio Anish Kapoor, para regiones de Japón afectada por el tsunami de 2011. Una de sus últimas obras fue la Torre Allianz, que cobijó sus puertas en Milán en 2018.
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